el verano se está derritiendo. es un veredicto, una afirmación definitiva, seca, ruidosa y con gusto amargo. sino no se explican, no se explican las persianas bajas, el pescado al que le arrebataron el estómago, la chica de al lado que puso un litro de lavandina en un balde, apagar el aire acondicionado, el auto que quemó las huellas sobre el asfalto, un tornado arrasando con los pájaros de la avenida. no basta animarse a salir con las piernas al viento, ni siquiera vale la pena intentarlo con las uñas, se derrite, el intento lo rojo lo amarillo se derrite. tal vez hagan falta un par más de frazadas blancas a la madrugada, otra taza de café y una lágrima, ¿tres cucharadas de azúcar? sí, eso es, reeducar al día, cocinarle la cena y que se la trague cruda. lo mejor sería despertarse todos los días con unos rizos en la almohada y un alma casi muerta en el colchón que está al lado, en el piso. no despertarse por nada, cómo, ¿se rompieron las estrellas? en serio, está bueno eso de levantarse rodeada de zapatos y medias de nylon. también ver una película francesa, que corra un hombre abatido, también que sonrían los sillones, que canten las baldosas. es gracioso cómo la habitación está repleta de anhelos, por supuesto todos a la espera del otoño, y que se haga tan fácil ver a las veredas deslizándose por las hojas impresas de un cuento lleno de jazz y grises, urnas y tiempo. nos quedan pocas horas de sol, de piezas musicales en un living de floresta, ¿hay que perder la esperanza mirando cómo se enfría el agua en el congelador? no, mejor empezamos a vernos todas las noches, y nos refugiamos bajo el mismo umbral a la espera de la lluvia de trasnoche.
lunes
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1 comentario:
con la justa medida rubia me acomodo para los sueños, y despierto
con el sueño a mi lado.
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