la música islandesa siempre me da ganas de
llorar o de ser optimista, o
ambos, como en una secuencia fílmica alentadora
donde me quiebro y soy vulnerable y
decido cargar con el mundo y sus plantas muertas
hasta donde lleguen mis piernas. en estos casos
siento que no me abandono, que puedo vomitar
y vomitar y vomitar
pero no siempre voy a estar temblando, que
todavía no caen huesos del cielo y que hay ciertas
profundidades no necesariamente submarinas
que todavía no toqué con los ojos, que no alcancé
a ver con los párpados abiertos.
la esperanza y la inconciencia a veces se atrincheran
ahí donde la oscuridad hace baldíos y serpientes-
domingo
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